lunes, 31 de mayo de 2010

Caray con el Nostradamus!!!!




PROFECÍA DE NOSTRADAMUS

(tomada de "Centuria XI de las Prophéties, Michel de Nostradamus")


"De tierras con nombre de animal, vendrá quien gobierne a los iberos, adorará a reyes negros y abrazará religiones extrañas. Llenará su palacio de bufones y aduladores y usando su propia máscara de bufón, traerá consigo el hambre, la pobreza y la desesperación..."


Yo no digo na' pero, Zapatero es de León...

Diario de una asexual. Cap.4

Lucía , junio de 1999

He decidido que tras terminar mis estudios de magisterio debo irme y empezar una nueva vida en otro lugar. Tengo ganas de emanciparme, de vivir sin la protección de mis padres, de saber si soy capaz de cuidar de mí misma, de trabajar mientras preparo mis oposiciones. El lugar escogido es Valencia. Creo que allí tendré más facilidades para conseguir un trabajo enseguida y, además, es uno de los sitios, dentro de la península, donde se convocan mayor número de plazas para educación.
Sin embargo, y a pesar de mis ganas, no me atrevo a ir sola y he convencido a mi hermana y a un amigo de la pandilla para acompañarme en esta aventura. Ella acaba también de finalizar sus estudios de economía y Manuel está en el paro por lo que es un buen momento para los tres.
Dejaremos atrás un montón de cosas, la familia, nuestros amigos y amigas, la vida de estudiante, nuestra ciudad, y todo lo conocido hasta ahora.
La relación de mi hermana con Héctor terminó hace a penas dos meses. Ha sido una historia de dolor, humillación y desamor. Al final ha llegado el desengaño que ha abierto sus ojos y le ha dado fuerzas para comenzar de nuevo y ponerle fin a lo que, en mi opinión, no debió comenzar jamás.
El pasado fin de semana nos volvimos a reunir toda la pandilla como llevamos haciendo desde hace ya varios años. Hicimos una cena para contarles a todos nuestros planes y despedirnos, aunque no somos muy conscientes de ello. Es muy posible que pasen meses antes de que podamos volver a encontrarnos, todos juntos, otra vez. Los sentimientos se confunden entre la ilusión por el cambio que se avecina y a cuyo abismo nos lanzamos totalmente a ciegas con la fuerza que nos da la fe en un futuro de mejor y, sobre todo, la dicha de no hacerlo solos, y el miedo a los cambios que nos esperan. Manuel tiene mucha confianza en nosotras, nos profesamos un cariño de hermanos desde hace mucho tiempo. Es tan fácil quererle. Yo, me llevo todo lo que necesito, me llevo a mi hermana ya sin ataduras ni compromisos que la alejen de mí. Creo que si ella no hubiera secundado mi plan, me hubiera echado atrás; soy capaza de separarme de todo menos de ella. Después de su pasada historia me he dado cuenta de la importancia que tiene en mi vida. Todo el mundo pensaba desde niñas que ella era la que dependía de mí y buscaba mi protección de hermana mayor, pero la vida me ha hecho ver que puede que sea justo al revés.
En cuanto a Julio, mi Julio, al que he tenido a mi lado en lo bueno y en lo malo todos estos años queriéndome a pesar de la distancia que siempre, sin pretenderlo, he mantenido con él, la noche de la cena ha estado aún más cerca de mí que de costumbre, me ha preguntado, lleno de melancolía, hasta cuándo durará lo nuestro. Le ha desgarrado el alma mi decisión. Una decisión que nos separa no solo físicamente. No he sabido qué responder y le he prometido estar ahí, con él, aún en la distancia. Pero ambos sabemos que la distancia hará más complicada una relación de por sí diferente a cualquier otra por lo poco convencional. Él no puede acompañarme. Acaba de encontrar su primer empleo importante, tiene muchas posibilidades de quedarse en la empresa en pocos meses y yo, por nada del mundo le pediría que lo dejase todo por mí. Tampoco él ha insistido en que no me vaya porque sabe que de nada serviría, me conoce demasiado bien.
No voy a negar que me duele esta separación, que me voy con la idea de volver a verle muy pronto y con la certeza de que estaremos en contacto cada día.
En todos estos años he intentado evitar situaciones íntimas entre nosotros. Ha habido muchos besos sí, muchos y cálidos abrazos en los que perderme y que dejaban en mi cuerpo la sinceridad de unos sentimientos mutuos y profundos, pero he sabido cambiar de rumbo la situación en cuanto ha aparecido la tensión sexual. Se que le atraigo mucho y eso le empuja, como es natural, a acercarse a mí físicamente; me abraza en cuanto aparece la más mínima oportunidad y me acaricia como solo a él le permito. Acepto sus muestras de cariño con mucho agrado, pero me violenta sobre manera su excitación. Nunca lo hemos hablado, jamás me ha recriminado nada. Estoy convencida de que sabe que mi rechazo no es hacia él sino hacia el sexo. Quizá aún no estoy preparada, quizá estoy demasiado implicada en construir mi futuro y no pienso en nada más. Si lo nuestro es un noviazgo, parece estar hecho a la medida para mí. Ningún otro hombre hubiese seguido a mi lado en estas condiciones.
Aún recuerdo la noche que se atrevió a pedirme que fuésemos al cine él y yo solos por primera vez. Ambos habíamos tomado unas copas y, a pesar de ello, sentí el rubor subir por mis mejillas. Le dije que sí inmediatamente y sin pensar, temiendo que esperar un minuto para contestar pudiera cambiar mi respuesta o permitiera un asomo de duda que le hiciera sentir mal por su osadía. Fue toda una sorpresa y suponía una novedad en nuestra relación, pensé entonces que incluso podría ser un avance y me asusté ante esta posibilidad. Sin embargo, a pesar de temblar de inseguridad y de no sentir ni la más mínima ilusión, se lo conté de inmediato a mis amigas, entre ellas mi hermana, amparándome en el bullicio del local de copas atestado de gente a esa hora. Hubo revuelo general y temor por mi parte de que Julio se enterara de mi confidencia pudiendo interpretarla erróneamente como grata emoción por mi parte. No quería que se ilusionara con la idea de una declaración de amor tras una supuestamente romántica sesión de cine al estilo más tradicional y arcaico.
Concretamos la cita para un par de días más tarde. La sensación que puedo recordar más vivamente es la de angustia. Angustia ante la posibilidad de una declaración por su parte sabiendo yo que mi respuesta sería negativa. ¿Por qué estropearlo todo intentando encajar en un formato estándar de relación de pareja? Julio me daba todo cuanto yo necesitaba por el momento de un hombre, aunque siempre temí que eso no sería así indefinidamente, ya que tal vez no fuese lo mismo para él y a pesar de no haber dado nunca indicios de frustración, impaciencia o incomodidad a mi lado. Y si no era éste el motivo ¿qué otro podría haber?, si a los dos nos gustaba vernos rodeados de nuestros amigos y amigas de siempre, compartiendo juegos, risas y buenos ratos unos con otros sin que ello nos impidiera estar juntos en nuestro pequeño universo privado mientras lo demás ocurría a nuestro alrededor. Nadie sabe, ni siquiera mi hermana, de aquel conflicto interno que me ahogaba día y noche pensando qué le iba a contestar si ocurría lo peor. No quería que el no sonara a rechazo pero dar un sí suponía entrar en un nivel totalmente desconocido para mí. De ninguna manera me veía quedando todas las tardes con él para pasear o lo que fuese, la sola idea me aburría. Temía tener que responder forzosamente a sus besos que serían mucho más frecuentes y apasionados en cuanto le diéramos nombre oficial a nuestra relación. Inmersos en el noviazgo deberíamos pensar en enojosos aspectos como los métodos anticonceptivos ya que, se supone, comenzaríamos a mantener encuentros sexuales. Todo esto me horrorizaba tanto como el hecho mismo de pensar sin descanso en ello. ¿Era normal darle tantas vueltas a un acontecimiento tan natural y humano? ¿Por qué tanto miedo, tantas dudas? En el fondo me arrepentía terriblemente de haberle dicho que sí la pasada noche y de haberme, con ello, metido en la boca del lobo. Yo que tan hábil he sido siempre para escapar de situaciones comprometidas. A pesar de todo esto, había en mi interior un diminuto y a penas perceptible atisbo de sensatez que me obligaba a no dar una excusa de última hora para acudir al encuentro. Y es que quería convencerme de que todo se me pasaría en cuanto le tuviese en frente, que todo fluiría y el cariño y confianza que hay entre nosotros disiparía todas las dudas haciéndome sentir ridícula y aliviada al fin. Me dije a mí misma que acabaría por enamorarme como cualquier otra mujer de mi edad y que era tiempo lo único que necesitaba, que Julio jamás me forzaría a nada que yo no quisiera y que el hecho de formalizar la relación no tendría por qué cambiar tan radicalmente las cosas.

El día llegó. Nos encontramos en la puerta del cine donde él me esperaba resguardado de la lluvia que caía aquella tarde otoñal. Ambos llevábamos pesados abrigos para el frío y decidimos tomar un café antes de que comenzara la sesión. En la mesa se creó cierta tensión que ambos notamos y que nos impedía iniciar una conversación fluida y coherente. Fueron los diez minutos más largos de mi vida. A la hora de pagar Julio se levantó caballerosamente y quiso invitarme al café. Yo no tenía muy claro si en aquellas circunstancias era prudente o no permitirlo aunque no era algo extraordinario ya que siempre ha sido muy generoso y atento con los amigos y amigas que aún no tenemos trabajo. Salí de aquella cafetería con ligereza y sabiendo que, al menos durante la próxima hora y media de duración de la película, no tendríamos ocasión de hablar. No pedimos palomitas, ni bebidas, ni tan siquiera nos lo planteamos. Parecíamos estar a años luz de distancia el uno de el otro flotando en aquella atmósfera ajena y tan diferente a la nuestra, que nos ahogaba. Le noté extrañamente desconocido. De haber sido ya una pareja de novios, cualquiera hubiera dicho que no pasábamos por nuestro mejor momento. A penas un par de comentarios en la sala, un par de miradas de reojo, seguramente para constatar el grado de sopor que pudiera producirnos la proyección, una sonrisa para aliviar tensiones y, nada más.
La sensación de angustia volvió a mí como una bocanada de aire gélido al acabar la sesión. Inconscientemente, casi en un acto reflejo, me envolví en mi abrigo antes de salir siquiera de la sala en un intento infantil de hacerme invisible a sus ojos. Esperamos en fila a que la multitud despejara el pasillo que conducía a la salida del cine y, una vez allí, uno al lado del otro, nos miramos interrogativamente. Sin pronunciar palabra comprendimos que la posibilidad de ir a otro sitio a charlar y tomar algo se esfumaba y que ningún intento por nuestra parte cambiaría eso. Me pareció ver en sus ojos un brillo entre desencanto y decepción y le vi abandonar toda esperanza de hablar conmigo. Supe también que nunca más volvería a intentar otra cita a solas. Ninguno de los dos nos sentimos cómodos en aquella situación y no puedo explicar por qué. Tal vez mi frialdad inusual, la dificultad para encontrar un tema de conversación agradable, como lo son siempre entre nosotros, mi postura corporal seguramente rígida y distante, un cúmulo de cosas que convirtieron aquella cita en un completo desastre del que después no hubo nada bueno que comentar. Él me traspasa hasta lo más profundo de mi conciencia y siempre supe de su capacidad para leerme el pensamiento, estoy segura que, aún sin hablar, vio en mí la negativa a cualquier propuesta que pudiera hacerme en ese momento. Soy así, una imbecil egoísta e insegura que no sabe lo que quiere. Esa noche lloré, lloré por mí, lloré de rabia y de impotencia aún sintiendo en mi alma el alivio de haber evitado lo peor.

martes, 25 de mayo de 2010

Humor.




Un cura aficionado a la ornitología tenía doce pájaros.
Todos los días los soltaba para que volaran y éstos siempre regresaban a sus jaulas. Pero un día sólo regresaron once, así que el sacerdote, decidido, en la misa del domingo preguntó :


>¿Quién tiene un pájaro?


Todos los hombres se levantaron.


>No, no me expliqué bien. ¿Quién ha visto un pájaro?


Todas las mujeres se levantaron.


¡No, no! Lo que quiero decir es : ¿quién ha visto mi pájaro?


> y Todas las monjas se levantaron.

Diario de una asexual. Cap.3

Lucía, abril 1995


Querido diario. No escribo desde hace meses y es que no he encontrado las fuerzas para describir el terrible cambio que ha sufrido mi vida desde la última vez.
Este año es muy importante para mí pues acabo mis estudios de grado medio. Mi hermana y yo nos hemos apuntado a una academia para obtener el permiso de conducir. Pensamos prepararnos juntas y seguro que será divertido. Pero aún así, siento que ya no la conozco. Al final, su relación con Héctor se ha prolongado más allá del verano contra todo pronóstico y a pesar de la distancia entre ellos. Se ha convertido en un espectro entre nosotras. Nunca hablamos de él pero siempre está presente. Me irrita. Me molesta sobre manera que irrumpa en nuestra intimidad con sus inoportunas llamadas telefónicas que, además, se prolongan más allá de lo justificable. Desde que regresamos del pueblo al finalizar las vacaciones, no ha habido un momento solo para nosotras. Se acabó ver la televisión los sábados por la tarde, se acabó también tomar juntas el aperitivo disfrutando de una charla relajada, se acabó el nosotras porque ahora son ellos y yo.
No comprendo la necesidad de mi hermana en mantener una relación a distancia con alguien que además, según ella misma reconoce, no se está portando bien.

Ha llegado la Semana Santa y con ella mi cumpleaños. Amargo debido a los acontecimientos pero más aún porque será el primero que voy a celebrar sin ella . Se va. Dice que la ha invitado a pasar las fiestas en su casa y se irá con él. Será la primera de las dos en viajar en avión y también en conocer las Islas.
Se que suena a celos por mi parte pero debo explicar que lo que me duele en realidad es perder la oportunidad de vivir juntas estas nuevas experiencias.

La vida cotidiana en nuestro lugar de residencia habitual no tiene nada que ver con nuestras estancias en el pueblo. Del mismo modo, la gente con quien nos relacionamos tiene mucho más en común conmigo y por ello, es frecuente que salga de fiesta los sábados por la noche por propia iniciativa.
Mis amistades actuales también lo son de mi hermana, de hecho a la mayoría los he conocido a través de ella. Siempre ha sido más sociable que yo, más extravertida y más dulce al trato. No solo su físico sino también su personalidad templada la convierten en una persona muy atractiva.
Estoy muy satisfecha con el grupo de amigos y amigas que hemos formado. Somos una piña y generamos un ambiente tan positivo que no pasa desapercibido allá donde vayamos. No es extraño que, a lo largo de una noche, se nos vaya sumando gente contagiada por nuestro espíritu de diversión. Dentro del grupo no hay tensiones de ningún tipo aunque sí se han formado lazos especiales entre algunas parejas sin que ello merme nuestra unidad.
Es un sentimiento no manifiesto pero por todos conocido el que compartimos Julio y yo. No puedo describir lo que siento por él. Está claro que le gusto desde hace tiempo y él a mí. Me hace falta dentro del grupo, más que cualquier otra persona, pero no puedo decir que esté enamorada. También he de decir que nunca lo he estado y que tal vez un espíritu tan independiente y racional como el mío no sepa discriminar tal emoción de entre todas las que se acumulan en mi ser cuando estoy con él. Para todos, y para nosotros dos, somos pareja aunque no sepamos muy bien desde cuando. Julio y yo nos entendemos con solo mirarnos pero cuando hablamos siento con él una complicidad muy parecida a la que tengo con mi hermana y eso no me ha pasado nunca antes.
Junto con todo el grupo hemos vivido ya varios viajes de fin de semana. Escapadas que han servido para afianzar más nuestra amistad. Tengo la suerte de tenerlos a mi lado ahora que estoy sufriendo. Por otra parte, no es justo que cada vez que les vea sin mi hermana delante les agobie con la misma historia. Historia que todos ven normal aunque para calmarme me den la razón admitiendo que resulta un poco extraña una relación a tanta distancia y asegurándome que será flor de un día. Pero veo en nuestras amigas, hasta ahora todas sin pareja, un atisbo de envidia. Cuando creen que no estoy en la conversación, felicitan a mi hermana por haber encontrado novio y muestran interés por saber más detalles de la relación. Ninguna trata el tema si estoy delante, me temo, por la misma razón que no lo hace mi hermana cuando estamos en casa. Soy muy vehemente a la hora de expresar mis opiniones y todas saben cuál es mi postura en este caso. Quizá la posibilidad de crear un conflicto dentro del grupo las lleve a comportarse con cautela. Entiendo, de todas formas que no es cómoda la situación ya que nos aprecian a las dos por igual y no quieren posicionarse a favor de ninguna. Tampoco yo lo pretendo.

Salir con ellos cuando mi hermana se haya ido con Héctor va a resultar extraño. No se si voy a saber comportarme igual que siempre sin la seguridad que me da su presencia. Solo pensarlo hace que me sienta como si arrancasen una parte importante de mi ser.
Su ausencia no la llenará ni tan siquiera Julio. Mi relación con él podría calificarse cuando menos de peculiar. Aunque los dos buscamos nuestros momentos de intimidad, estos en su mayor parte, siempre han tenido lugar en presencia de nuestra pandilla. Nos gusta bailar juntos, compartimos nuestras bebidas, caminamos de la mano por la calle , aunque esto último me resulte incómodo, entre bromas y charlas. Conversamos mucho y yo se lo cuento todo. También a él le gusta compartir sus pensamientos conmigo cosa que le agradezco profundamente. Es comprensivo, dulce, sincero, paciente y muy respetuoso. Llevamos así unos meses, o quizá un año ya, y su timidez junto con mi confusión hace que no avancen mis sentimientos hacia él. Es sin duda el chico perfecto para mí y no entiendo qué me impide lanzarme a sus brazos y decirle que le amo. Tal vez precisamente eso, que no le amo. A veces pienso que le falta algo para ser definitivamente mi pareja ideal. Pero juro por lo más sagrado que no se qué es. Daría media vida por saber qué le falta para acabar de conquistarme como hombre y para despertar en mí la atracción necesaria.

lunes, 17 de mayo de 2010

Diario de una asexual.

Lucía, 15 de julio de 1994.

De repente, todas las energías estaban puestas en la conquista del galán del año y el más deseado por las féminas del pueblo. Tenía fama de conquistador y de no ser muy considerado con las infelices que caían en la trampa de sus encantos. Era muy guapo, si he de hacer honor a la verdad, alto y muy moreno de piel. Pero sobre todo era un seductor nato y mi hermana no podía dejar de suspirar día y noche por sus ojos verdes.
No era este el único chico que encandiló a mi enamoradiza hermana por aquella época. Lo cierto es que solía embelesarse por más de uno a la vez aunque no pasaran de ser amores platónicos.
Algo pasó ese verano que no llego a entender. Entre las chicas surgió cierta rivalidad, cosa más que frecuente en nuestro género, que llevó a la creación de dos grupos enfrentados entre sí por lo que para mí siempre han sido misteriosas conspiraciones. Pareció surgir de todo aquello una especie de pacto del que ninguna de las dos fuimos partícipes que evitó al final que mi hermana y este Adán sin paraíso llegaran a nada más que intercambiarse unas pocas cartas durante el año siguiente.
Cada año me sorprende más el extraño modo de actuar de la gente de este pueblo. Quizá sea por las vacaciones de verano que nos hacen a todos relajar la moral y las buenas costumbres, o quizá por proceder cada uno de un punto diferente del país no teniendo que volver a vernos hasta el año siguiente y favoreciendo así un cierto halo de espejismo, de irrealidad sobre todo en las frívolas noches.
De aquello han pasado ya varios años. Otros amores han tocado el corazón de mi hermanita sin llegar a materializarse. Por el contrario el mío no parece gustar de ideas románticas ni ha palpitado hasta el momento por nadie. Nunca he buscado media naranja y es que, en el fondo, me siento una naranja completa. Esto es lo que siempre contesto cuando alguien me pregunta por mi falta de pareja.

Pero hoy, le he comentado ilusionada a mi hermana el buen plan que se nos presentaba esta tarde. Van a emitir de nuevo una de nuestras películas favoritas. Tenía la certeza de que al decírselo, saltaría del sofá y comenzaríamos a recordar juntas algunas de las escenas más emocionantes. Siempre ha sido así. Nos causa gran placer compartir un momento para ver la televisión juntas o bailar por toda la casa al son de nuestra música. Música que hemos seleccionado entre las dos ya que desde siempre hemos tenido los mismos gustos, o eso creía yo. Disfrutamos de cada minuto que pasamos charlando de nada, paseando por la ciudad, jugando a algo en casa. Yo al menos así lo siento. Total, aún no hace tanto que dejamos atrás la niñez.
Nada salió como esperaba y en lugar de eso, me ha puesto cara de culpabilidad y me ha dicho que esta tarde ha quedado para tomar algo en casa de Héctor. Esto no me gusta nada, no lo entiendo. Hasta hace nada ella veía a Héctor como yo, un chico cariñoso al que apenas le había salido la barba aún y que, desde el verano pasado, había cambiado su afable e infantil comportamiento para convertirse en otro cazador más en busca de ligue. Si me cuesta ver la necesidad de tener pareja estable, mucho más me cuesta comprender porqué la gente desea vivir un “amor” o aventura de verano, tan efímera, tan inestable y la mayoría de las veces tan desafortunada. Estoy cansada de ver llorar a mis amigas cuando el verano llega a su fin y todo acaba, a veces bien y otras muchas como el rosario de la aurora.

Después de aquel verano en que él se me insinuaba, yo empecé a dejar que mi hermana saliera sola al pub donde nos reuníamos todos. A parte de este chico, no entablé lazos de amistad con nadie después de romperse el grupo de la infancia. Todos y todas parecían tener claros sus propósitos en las noches de verano y, para nada coincidían con los míos. Por eso dejé de acompañarla. No quise que Héctor siguiera interesado inútilmente en mí. Tampoco comprendo qué mueve a mi hermana a seguir saliendo con una gente de la que, al igual que yo, no guarda buena opinión, o eso me dice ella. Cuántas veces me ha dicho que no se siente aceptada y que tan solo algunos chicos la tratan con simpatía y cordialidad. Se me hace evidente que despierta envidias entre las demás pero ella, inocente, no se da cuenta y con tal de salir como todos los demás, hace ver que no le importa lo que ocurre a su alrededor.
Y ahora, no se qué ha podido pasar. Los acontecimientos han dado un giro inesperado y desde anoche mi hermana y Héctor han entablado una relación, acaba de confesarlo. Me resulta insólito y hasta gracioso porque me hubiera sido más fácil creer que esto pasara con cualquier otro antes que con él. No había indicio alguno de la más mínima atracción por parte de ninguno de los dos. Está claro que no he sido buena observadora. Tal vez me he perdido muchas cosas desde que no me trato con esa gente.

Siento que el mundo se tambalea. Esperaba que ella me hiciera partícipe de sus sentimientos y de las cosas que le van ocurriendo cada día. Por lo visto no es así.
Esta tarde se ha ido con él y presiento que no será la última. No se hasta donde llegará esto pero me da miedo y me invade una terrible sensación de soledad y abandono. Al mismo tiempo la incredulidad y un poso de confianza en ella me dicen que no ocurre nada, me lo habría contado si fuese algo serio. Mientras tanto veo sola la película o al menos lo intento.

El chiste de la semana


Llega un paisano al bar del pueblo y deja atada su perra a un árbol.
Al instante una jauría de perros se arremolina a su alrededor tratando de conquistarla.
En medio de un concierto de ladridos, gruñidos, mordiscos y aullidos, un policía entra al bar y pregunta por el dueño de la perra.
El paisano, que se estaba tomando un vaso grande de ginebra, levanta la mano y dice : "yo".

- Su perra está alzada, le dice el policía.
- No puede ser, yo la dejé en el suelo, responde el paisano.
- Quiero decir que está en celo, insiste el policía.
- No puede ser, yo jamás le di motivos, ni siquiera miro a otras perras..- contesta el gaucho sediento.
- Digo que está caliente, ¿me entiende?
- No, no lo entiendo, me cercioré de dejarla a la sombra.
Exasperado, el policía exclama :
" Óigame, su perra quiere tener relaciones sexuales".
El paisano le responde :
“ Pues ¡Adelante mi hijo! Siempre quise tener un perro policía"

"HABLAR NO ES LO MISMO QUE COMUNICARSE"

viernes, 14 de mayo de 2010

¿Tienen derecho?


Hablando de paternidad, les contaré una historia sobre este tema…

Desde siempre, soñé con casarme antes de los 25 (no creo que se haga realidad antes de septiembre) y tener hijos (adoptados o biológicos). Pero un buen día, me percaté de que “él” no encajaba en mi realidad, por obvias razones. Así que me planteé hacerme una inseminación artificial cuando cumpliera 29. Porque aunque siempre me he inclinado por la adopción, en México es difícil hacerlo.

Hace unos meses, le “anuncié” a varios amigos que sería madre (dentro de 5 años XD) y ya estaba buscando padrinos para todo. Ese niño sería mi motivo para vivir y luchar. Pero todo cambió hace unas semanas: tengo un padecimiento en la piel, que me ha acomplejado muchísimo y me ha complicado la vida… Comencé a maquillarme a los 10 años, nunca he usado camisetas de manga corta en público, y evito las faldas y los escotes pronunciados, y mi autoestima, ni se diga, está por los suelos…

La situación empeoró cuando encontré un foro de personas que padecen lo mismo que yo: me enteré de que es una enfermedad incurable (tenía esperanzas de que fuera curable) y hereditaria. No es nada contagioso ni peligroso, es algo meramente estético. Pero aun así, esto hizo que mi sueño de ser madre biológica se derrumbara. He llorado por días enteros porque es muy triste ver que las dos cosas que más deseas en la vida se vuelven imposibles e inalcanzables.

Sé que no es 100% seguro que un hijo herede una enfermedad, pero no quiero correr el riesgo. No pretendo juzgar a nadie, pero ¿por qué personas con enfermedades hereditarias que les complican la vida tienen hijos? Sé que los obstáculos nos dejan enseñanzas. Pero la vida ya es difícil por sí sola, entonces, si le agregamos padecimientos así, todo se complica aún más… ¿Es justo en nombre del amor heredar una maldición? Además, en mi caso, ese bebé aparte de enfermo, no tendría a nadie más en el mundo y no tendría una figura paterna. Yo crecí sin mi padre y no me hizo falta, hasta que supe lo que era un buen padre.

Y volviendo al tema... siempre queda la adopción, así no se contribuye a sobrepoblar más el mundo ni a perpetuar el hambre y la pobreza, pero suponiendo que el mundo no tuviera estos problemas, ¿aún sería válido traer hijos al mundo, sabiendo que pueden tener ese gran defecto que nos ha hecho tan difícil la vida? ¿es amor o es falta de consciencia? No lo sé, pero lo que me queda claro es que no quisiera que nadie aprendiera las cosas de la forma en que las aprendí yo.



martes, 11 de mayo de 2010

Diario de una asexual

Lo que estais a punto de leer es uno de los capítulos que en su día escribí para el proyecto literario que quise emprender con vosotros, amigos y amigas del foro, y que ahora ha encontrado su lugar en este Blog.
Los nombres, tanto de los personajes como de los lugares mencionados, han sido sustituidos para proteger la privacidad de las personas que menciono en esta breve historia que sí es real.
En lo sucesivo, espero poder ir publicando los restantes capítulos hasta completar lo que fue mi proceso de descubrimiento de la asexualidad.
Espero que os guste.

Lucía, 9 julio de 1994


Ayer por la noche tampoco salí. Ya hace varios veranos que no acompaño a mi hermana en las juergas nocturnas de este pueblo al que nuestros padres nos traen año tras año.
Antes no me disgustaba venir. Era divertido cambiar de aires una vez al año y disfrutar todo el día en la calle con nuestros amigos y amigas de la infancia. Nos juntábamos después de desayunar, íbamos a nadar al río, luego a comer, y ya no regresábamos a casa hasta la noche. Qué años tan felices aquellos y qué poco duraron.
Aún recuerdo el verano en que llegamos como siempre con toda la ilusión del mundo a reencontrarnos con la pandilla. Yo era la mayor por unos meses y mi hermana una de las más pequeñas con veintiún meses menos que yo. Acababa de cumplir los 15 años y Nuria, mi mejor amiga en la pandilla, me recibió entusiasmada intentando recuperar la compostura para decirme que había conocido a un chico en el pueblo y que era encantador. Este fue sin duda el principio del fin de nuestra amistad. Aquel verano no hice otra cosa más que acompañar a Nuria y a su nuevo amigo por todo el pueblo, día y noche sintiéndome como el cero a la izquierda. Algo en ella había cambiado de manera radical y yo no podía comprender el por qué de su comportamiento, exagerado en ademanes y gestos cuando se encontraba delante de él. Podría decirse que literalmente se derretía por llamar su atención.
Por suerte aún me quedaba mi hermana. Ella era una niña todavía y tampoco le gustaba el plan que se nos presentaba ese verano. Siempre ha sido mi mejor aliada, mi confidente y cómplice, mi paño de lágrimas. Hemos estado siempre muy unidas. Ahora solo espero que eso no cambie nunca.
Después de aquel verano nada fue igual. La repentina obsesión de Nuria por los chicos no nos gustaba y trajo numerosos conflictos que acabaron con el sentimiento de unidad que había en el grupo.
Mi hermana y yo volvimos a recuperar las rutinas de antaño y decidimos salir solas evitando al máximo, por decisión mía, el contacto con la que fuera hasta entonces nuestra amiga.
Al año siguiente las cosas no fueron mejor. Mi hermana había experimentado ya un cambio evidente no solo en su cuerpo, más adolescente, sino también en su espíritu. Empezaba a gustar a los chicos y a ella no le eran indiferentes. Aunque ya desde hacía algún tiempo mostraba interés e inquietud por el sexo opuesto, cada vez era más notable su tendencia al fácil enamoramiento. Pero nunca se había hecho tan evidente como ese verano.
Recuerdo perfectamente que al poco tiempo de nuestra llegada al pueblo de vacaciones nos enteramos del fracaso de la historia de Nuria y aquel chico llamado Marcial. Ese año, casualidades de la vida, no coincidimos con ella ya que su familia no vendría hasta finales de mes. Marcial, al que sí vimos, parecía un perrillo abandonado buscándola por todo el pueblo. Pero en su lugar encontró a mí hermana y pareció ver en ella a una persona totalmente diferente de aquella niña regordeta que le presentaran una vez. Conmigo nunca tubo buena relación. Yo le detesté desde el día en que Nuria me lo presentó con aquella risa floja en la boca y comportándose con exagerada confianza. He de reconocer que era un chico atractivo y no parecía mala persona, pero yo vi la palabra problemas escrita en su frente con la misma claridad que la vi en el aura de mi hermana aquel nuevo verano. A ella no le gustaba para nada Marcial pero menos aún recordar cómo la había ignorado e incluso menospreciado un año antes tratándola como a una niña pequeña frente a Nuria y los demás. Ahora, nos lo encontrábamos en todas partes, insistía en venir con nosotras al río y en que saliéramos con él a dar una vuelta por la noche, a tomar algo en algún bar, idea que me espantaba porque de sobra conocía yo sus intenciones. Mi hermana comenzó a sentir cierta simpatía por él y a mí esto me suponía un fastidio y una intromisión innecesaria entre las dos ya que a pesar de todo ella seguía diciendome que no le gustaba ni siquiera como amigo. Esto es algo que nunca entenderé. ¿por qué había que cambiar nuestros planes? ¿acaso ya no era divertido ver juntas nuestras series y programas favoritos en televisión? ¿Por qué ahora era tan importante salir por las noches?. Las noches, las temidas noches, empezaron por aquel entonces a ser el peor momento del día. Fueron divertidas cuando los niños y niñas del pueblo nos reuníamos en la plaza a jugar. A veces también los padres se nos unían. Todos y todas éramos iguales. Quiero decir, cada uno de nosotros tenía el mismo valor para el grupo. Éramos piezas de un mismo engranaje y teníamos, por así decirlo, el mismo objetivo en común, la pura diversión.
Sin embargo llegó la adolescencia y dio otro significado a las cosas. Aquel cambio me pasó por encima como una ola arrasando inesperadamente mi tranquila existencia. Me sacudió y me dejó una sensación de frío en la sangre que hoy he vuelto a sentir con brutal crueldad.
Marcial no era el único chico de nuestra edad en el pueblo. Las noches de verano resultan muy fructíferas para aquellos y aquellas que quieran conocer gente o acercarse más a alguien especial.
Yo salía, al principio por no dejar a mi hermana sola con Marcial y después porque se nos fue uniendo gente, en su mayoría otros chicos interesados en conocernos. Para ser sincera, más bien en conocer a mi hermana, ya que yo no solo no soy tan atractiva como ella sino que siempre hice lo posible por pasar desapercibida. Lo contrario supondría una doble molestia para mí, aguantar a los infatigables pretendientes de mi hermana y a los míos propios. De ninguna manera estaba dispuesta a ello. Cuantos más chicos conocíamos más difícil era librarse de ellos para regresar a casa a una hora convenida. No recuerdo habérmelo pasado bien ninguna de esas noches, pero salía porque en opinión de todos, jóvenes y adultos de nuestro alrededor, eso era lo que había que hacer las noches de verano cuando tienes esa edad.
Con el tiempo y tras acabar conociendo a todo el pueblo, encontré algunas personas con las que compartir una pequeña conversación, un chiste, un juego que hiciera menos tedioso el estar allí en lugar de donde me apetecía estar realmente, y que me dieran un motivo para volver a salir otra noche más de la confortabilidad de mi casa. Una de estas personas era un chico gracioso y de sonrisa espontánea llamado Héctor. Hablaba con todo el mundo y tenía un aspecto tan tierno y dulce que enseguida conseguía la confianza de las chicas.
Por el día todo era diferente, ni en el río ni en ninguno de los lugares que frecuentábamos coincidíamos con aquella gente que parecía esconderse del sol como los vampiros. Si alguna vez nos cruzábamos con alguien en la panadería o en la rivera, tan solo nos despedíamos hasta la noche.
Héctor no era un caso especial. Me reía con él y me era grata su compañía. En cambio le daba largas y excusas porque mis días eran solo míos y los disfrutaba con la mejor de las compañías, la de mi hermana. Además, comenzaba a ser incómodo lo obvio de sus intenciones conmigo.
Mi hermana, en cambio no le prestaba mucha atención, es más yo diría que ninguna en absoluto ya que Héctor parecía interesado en mí y hacía lo posible por convencerme para que nos viéramos alguna tarde ya que sabía lo poco que me gustaba salir por la noche. La sola idea de quedar a solas con él o con cualquier otro me producía angustia y una extraña sensación de repulsa. Yo no necesitaba, ni quería tampoco, alterar mi forma de disfrutar el verano. Mientras que él insistía en llevarme a su casa a pasar la tarde con la excusa de interpretar para mí unas melodías al piano, yo deseaba pasear en bici a la orilla del río recogiendo moras silvestres por el camino, llevar un libro y una vez allí disfrutar del sol y del agua como tantas otras veces había hecho. No es que quisiera estar sola, simplemente notaba la tensión sexual cuando Héctor se me acercaba y esto me incomodaba sin saber por qué. Desde luego, nunca acepté su invitación, pero tampoco fui capaz de proponerle que me acompañara en mis excursiones. La única invitada era mi inseparable hermana y con ella, sentía que no necesitaba nada más.

¿Qué tal un chiste?



Un conocido lord inglés reunía a sus amistades a tomar el té a la hora señalada todos los martes de cada semana en su palacio de Bloodshire.

Cierto martes, el puntualísimo caballero no apareció y los invitados estaban intrigados.

En cierto momento aparece el mayordomo y les dice a los presentes, con típico "british accent" :


-Señores, Milord les pide disculpas por la demora y les anuncia que después de mucho tiempo, se ha reencontrado con su vieja y querida amiga Lulú, de París. Dice que si puede, dentro de dos horas estará con ustedes, y si no puede, dentro de diez minutos.

Muchas gracias.


"CUANDO TENGA QUE DAR UNA EXCUSA, QUE SEA CON ELEGANCIA"