viernes, 26 de noviembre de 2010

La hora de los asexuales

Ni homo, ni hetero, ni metrosexuales. La última etiqueta en materia de libido y deseo se refiere a hombres y mujeres que, simple y llanamente, no tienen interés alguno por el sexo. Según estimaciones, un 3% de la población mundial del que, sorprendentemente, apenas habíamos oído hablar. Pero los asexuales están comenzando a organizarse y hacerse un sitio en la sociedad: reivindican no ser tratados como enfermos en un mundo donde impera el fervor sexual. Ahora les toca a ellos salir del armario.

Por Lissi Sánchez
Se ha demostrado que conforman cerca de un 3% de la población mundial –que en España sería tanto como decir cerca de 1.300.000 personas–, pero casi no hemos oído hablar de ellos: se trata de una creciente comunidad de hombres y mujeres que, sencillamente, no se sienten atraídos sexualmente hacia otras personas. Son los llamados asexuales, empeñados en sentirse normales pese a quienes les tachan de raritos y de enfermos mentales. En muchos casos, prácticamente carecen de impulsos sexuales. Otras veces la sexualidad existe pero no se despierta con el contacto humano. En todo caso, sus páginas web afloran en Internet con un fin primordial: necesitan encontrar otras personas como ellos y, con suerte, poder formar una pareja donde las emociones y la comunicación no se canalicen necesariamente en la cama.
¿Pero es posible nacer asexual? Los doctores aseguran que Lucía, una filóloga de 33 años que nunca ha mantenido relaciones íntimas, no padece ninguna tara física que le impida sentir deseo. “La experiencia juega un papel fundamental en el desarrollo saludable de nuestra sexualidad. Un ambiente represivo o excesivamente promiscuo puede provocar una negación en este terreno”, asegura la psicóloga y educadora sexual María de Montes. La educación parece definitiva en la trayectoria de Lucía, que admite estar muy influenciada por la convivencia con su madre, “divorciada y con tendencia a la promiscuidad: al final, todas sus relaciones se convertían en una especie de psicodrama por culpa del sexo. Las relaciones ya son suficientemente complejas como para añadir un nuevo factor de discordia y creo que el placer se puede obtener de muchas otras maneras”.
Pese a que Lucía descarta el sexo de manera voluntaria, se considera muy alejada de los llamados célibes, que deciden abstenerse por principios morales o religiosos. En su caso, una de las causas que rigen su conducta es la ausencia total de apetito carnal: “Mi cuerpo nunca ha reaccionado como debería. He tenido varios novios, que han intentado estimularme hasta la saciedad, pero yo, como si nada. Desde luego que era muy frustrante para ellos, pero lo cierto es que, al final, siempre terminaba dejándoles yo. Creo que al no acostarme con ellos tampoco se despierta en mí esa pasión o romanticismo habitual en las parejas. De alguna manera no comparto ese tipo de intensidad emocional, ni tampoco la necesidad de estar todo el día pegada a alguien. La verdad, prefiero la variedad; me encanta pasar tiempo con mis amigos y con mi familia. Creo que la asexualidad, en mi caso, me ha convertido en una persona muy generosa: como no estoy enfrascada en mis meollos emocionales, tengo más tiempo para ayudar a los demás”.
A pesar de todo, reconoce haberse sentido incomprendida durante muchos años. “He sido el bicho raro de la pandilla desde siempre, pero, lo que es la vida, de tanto luchar para vencer mis miedos he terminado destacando por mi seguridad. Tengo muy claro que prefiero vivir sola, que no quiero tener hijos ni pareja, y ya no me importa gritarlo a los cuatro vientos”. Lucía desconocía la creciente creación de sitios web para gente como ella, en su mayor parte de origen estadounidense. “Los americanos siempre se preocupan de buscar apoyo para los grupos minoritarios y no me parece mal. Tal vez si en mi adolescencia hubiese oído hablar de casos parecidos al mío me habría sentido menos confusa. Ahora, creo que no deberían meternos a todos en un mismo saco; no se trata de crear escándalo ni de oponerse a los valores reinantes”.
Geri Rich Jones, cantante y fundadora de la Sociedad Asexual Americana, se sintió amparada y feliz al entrar en contacto con otros de su misma condición gracias a una de estas páginas. “Siempre me ha desconcertado la excesiva importancia que se le concede al contacto físico, así que al conocer a personas semejantes me sentí muy aliviada. Sin duda es muy importante que alcemos la voz y nos apoyemos entre nosotros: mi primer novio me abandonó por culpa del sexo y me hizo muchísimo daño. La única vez que lo intentamos sentí muchísimo asco y eso no ha variado en absoluto, así que dudo que se trate de algo temporal. No me atraen los hombres ni las mujeres. Simplemente, nací asexual, nunca me he acostado con nadie y no creo que vaya a cambiar a estas alturas. Me encantaría tener hijos pero supongo que tendré que adoptarlos o hacerme una inseminación artificial”, concluye. Tal vez el pasado y la educación de Geri, nacida en una familia con un padre homosexual, también sea crucial para entender su condición.Hay quien sostiene que el bombardeo sexual al que nos someten los medios de comunicación –publicidad, cine, televisión...– también puede ser causa de repugnancia y conductas de este tipo. Philip Hodson, miembro de la Asociación de Psicoterapia Británica, asegura que muchas personas terminan aparcando el deseo porque no se identifican con la imagen que se vende del sexo. “La televisión nos educa de manera muy reduccionista y existe una sobrevaloración de la parte genital o coital. Se trata de un punto de vista muy instintivo y animal, apenas se baraja la parte afectiva y emocional de las relaciones físicas. Es normal que algunas personas terminen por rechazar el sexo, de manera consciente o inconsciente”, explica De Montes. El temor excesivo a las enfermedades de transmisión sexual, y muy especialmente al SIDA, también puede dañar notoriamente la vida íntima de algunas personas e, incluso, conducir a la asexualidad.
Para la sexóloga Pilar Cristóbal, este nuevo boom no es más que una nueva manipulación de los valores en alza. “No se trata en absoluto de un fenómeno moderno. Ese 3% asexual siempre ha existido, ya sea por enfermedad, depresión o simple rechazo”. Tampoco considera que la omnipresencia del sexo en nuestras sociedades pueda llevar a la supresión del deseo: “Los romanos se rodeaban de símbolos fálicos, el Renacimiento estaba poblado de vírgenes desnudas, y no por ello la gente se tornaba asexual. Sin embargo, si eliminas el sexo de tu vida de forma voluntaria ese órgano acaba por atrofiarse. Ya lo dice el refrán: si abandonas a la lujuria un mes, ella te abandona tres. El sexo es una necesidad secundaria, podemos vivir sin él y nuestro cerebro lo sabe. Sin embargo, la negación del deseo termina por convertirse en un trastorno; no es normal sentir repugnancia por una función biológica”, afirma tajante.
Pese a todo, Cristóbal considera que es posible nacer así: “Hay gente que viene al mundo con una secreción hormonal menor, con una biología menos intensa. En la mayoría de los casos, es posible obtener una mejoría con un tratamiento”. También existen algunos tipos de anemia que eliminan el deseo: mucha gente convive con una enfermedad sin ser consciente de lo que le sucede a su cuerpo. También es frecuente que la depresión, el estrés o cualquier otro exceso de adrenalina (traducida en ira, alegría o tristeza extremas) produzca una pérdida del apetito carnal. “Normalmente se trata de trastornos temporales, pero también es muy posible vivir con un desequilibrio físico de por vida sin que ni siquiera seamos conscientes de ello. Sea como fuere, lo importante es sentirse a gusto con uno mismo. La asexualidad no es un problema mientras no se perciba como tal, lo importante es cómo lo percibe la persona y el resto no debería empeñarse en juzgar”, asegura la sexóloga.
Habitualmente, los problemas llegan en la relación con los demás. ¿Es posible la pareja sin sexo? “Todo es posible mientras se estén teniendo en cuenta los deseos de ambos; la negociación debe ser primordial. Por supuesto, es más sencillo cuando ninguna de las partes siente deseos o ambos comparten una inclinación porque, cuando el rechazo es sistemático, lo habitual es sentirse despreciado y pensar que no te quieren. Una comunicación abierta y sincera se vuelve fundamental”, afirma, por su parte, la educadora sexual María de Montes. El testimonio de la americana Terri Barret, casada en terceras nupcias y madre de una niña, encarna una esperanza para muchos de los asexuales que pueden hablar con ella a través de la Red. “He pasado años manteniendo relaciones íntimas por el mero hecho de complacer a mi pareja y eso me hacía infeliz. Recuerdo que durante el embarazo y el posparto me sentía aliviada porque tenía una excusa perfecta para no hacer el amor. Por fin he encontrado a alguien que está dispuesto a aceptarme como soy, que no me exige algo que no puedo darle y, aunque comprendo que puede resultar injusto para él, tenemos una vida afectiva muy rica basada en el amor y el respeto. Dormimos juntos y nos encanta abrazarnos. Estoy segura de que existen muchas parejas como nosotros que se avergüenzan de admitirlo”, apunta. Con independencia de cuál sea la tendencia, los sexólogos desaconsejan el sacrificio por cualquiera de las partes: “La masturbación puede ayudar mucho, a solas o en pareja: no es bueno aguantarse las ganas pero tampoco hay que forzar al compañero”, aconseja Cristóbal.
La creciente expectativa y presión cultural por estar a la altura puede considerarse como otra de las causas que influyen notoriamente en la naturalidad de las relaciones físicas y el apetito sexual. “Ya no se trata de lo permitido versus lo prohibido, sino de lo normal contra lo anormal”, reflexiona el francés Jean Claude Guillebaud en su ensayo Tiranía del placer. Un 42% de los españoles admite mantener relaciones de dos a cuatro veces por semana, el 4% mantiene como mínimo un contacto al día y casi un 8%, de cinco a seis veces por semana: el sexo ha perdido su carácter privado para convertirse en una competición donde las comparaciones se vuelven inevitables. “La intimidad física se asemeja a un examen de deseos cuantificado por estadísticas cuando debería ser un derecho humano a un placer mínimo, vital y móvil. No se trata de exigir el orgasmo olímpico”, concluye Guillebaud.
Tal vez esta exigencia extrema también sea responsable de una nueva hornada de hombres dispuestos a pasar del asunto. Pese a sentir los impulsos considerados como normales, existe una creciente generación de hombres solteros que, a la hora de la verdad, prefiere no complicarse la vida. “Hasta hace poco creíamos que el hombre siempre estaba dispuesto y que la excusa del dolor de cabeza era algo exclusivo de las mujeres, pero la situación ha cambiado. La liberalización de los roles sexuales permite a la mujer mostrarse más promiscua, pero también implica que el hombre es libre de rechazar el sexo. Por fin admiten que no les apetece siempre ni con cualquiera, lo cual debe verse como algo muy positivo”, explica De Montes. Pilar Cristóbal también aporta algo en este terreno. Considera que el orgasmo femenino se ha vuelto tan protagonista que “a los hombres se les pasa el arroz de tanto aguantar: así es que es mucho más gratificante jugar un partido de tenis. A las mujeres les cuesta mucho pedir lo que de verdad quieren, pero, sin embargo, no sienten pudor a la hora de quejarse”. No en vano, un estudio de la marca de preservativos Durex ha concluido que la mayoría de los hombres españoles, concretamente un 90%, se concentra más en la satisfacción de su pareja que en la suya propia. Algo que es una evidente muestra de buena voluntad, pero que no resulta precisamente muy placentero.
Además, a pesar de que ambos sexos buscan el compromiso por igual, a menudo los hombres se sienten presionados ante el cambio de roles de género, lo que irremediablemente afecta en su conducta sexual: “Se les exige atención, cariño y masculinidad por un lado, pero, por el otro, la mujer quiere ser libre y manejarse a su antojo. Son muchas contradicciones y la consecuencia es que un amigo resulta más cómodo que una novia”, añade la sexóloga. Emilio Ruiz, un empresario de 33 años que acaba de alquilar una casa para mudarse con sus dos mejores colegas encaja de lleno en este nuevo perfil. Afirma que prefiere quedarse en casa tomando una cerveza antes que salir de caza por la noche. “Por un lado, las mujeres son unas bordes y piden demasiadas explicaciones. Por el otro, estamos tan rodeados de imágenes de tías buenas que, al final, las que ves por la calle no te gustan. Además, el fácil acceso a la pornografía te facilita el quedarte satisfecho: basta con encender el ordenador”, admite. “Por supuesto que quiero enamorarme pero el sexo, tal y como se plantea ahora, me da mucha pereza”.
Pese a que la encuesta Durex demuestra que la población comprendida entre los 25 y los 34 años es, con diferencia, la más activa sexualmente, también se ha comprobado que los solteros apenas cumplen con una dosis a la semana. Paradójicamente, las relaciones estables tampoco son garantía de asiduidad: la rutina puede llegar a adormecer la libido de manera asombrosa. “Sin duda existe un conflicto entre las necesidades afectivas, que nos llevan a vivir en pareja, y las sexuales: no hay nada tan excitante como seducir a alguien por primera vez”, confiesa Clementina Rubio, diseñadora gráfica de 29 años. “Al principio, mi chico y yo lo hacíamos varias veces al día; pasado un año, los encuentros se volvieron semanales y, últimamente, lo hacemos una vez al mes. Prefiero pensar que es algo normal y no un problema o una señal de que lo nuestro no funciona”.
El estrés se considera otro de los factores externos que más entorpecen la vida sexual en pareja. “No tengo tiempo ni ganas de pensar en el sexo, la verdad. Llego a casa agotada todos los días y lo último que me apetece es que me pongan la mano encima. Me aburre tener que satisfacerle por la noche, cuando estoy pensando en otra cosa o demasiado cansada para excitarme. Aunque, todo hay que decirlo, cuando estoy de buen humor y relajada, me encanta”, explica la vendedora Genoveva Muñiz, casada desde hace cinco años.
“La abstención, la falta de libido, nace de la saturación, y es muy normal atravesar etapas en que tu pareja no te apetece. El deseo sexual no es una constante, hay que dejarse fluir y no darle tantísima importancia. Todos somos asexuales por momentos y todas las conductas deberían aceptarse como naturales: nos hemos empeñado en compararnos con lo que se supone que es sano o normal, y es en ese momento cuando surgen los problemas o el bloqueo”, concluye María de Montes.

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